lunes, mayo 18, 2009

A Lu, por lo exacto del caos.

Cinco del tres del cero siete

Con el violoncello en mi mano, un cigarrillo en la otra. Miro alrededor: Alejandra la voz y el grito, Giselle la mágica, Bob el que nunca supo que era importante, Salvador el amoroso amigo, Sebastián el mago que me hizo nacer, algunos más, algunos menos. Miro para adentro: Lautaro, recién nacido y comenzando a entender los colores y las formas. Mi banda, improvisando y fumando y charlando y ensayando y todo eso que hace una banda. Ensayábamos un arreglo fabuloso de Kashmir que nunca terminó de ver la luz. Yo le contaba a Alejandra, violinista y cantante, cómo tocar el cello. Tenés que agarrar el arco por el frente, no de costado como con el violín, le decía, y para moverlo usás mucho la articulación de la muñeca y del codo manteniendo la muñeca como si te estuvieras mirando el reloj. Miro mi reloj. Estaba roto y mi corazón, inexplicablemente, se rompió con él. Llanto. Nadie entendía nada, nadie sabía que ese era tal vez el único regalo material y explícito que mi padre me había hecho, que romperlo era el mayor de los crímenes, la mayor de las tragedias. Llanto. Mi banda, improvisando y fumando y charlando y ensayando y todo eso que hace una banda. Y luego me fui de ahí después de horas o días o meses o quién sabe qué medida de tiempo. Con el violoncello en mi mano, una moneda en la otra. El colectivo que me llevaría a casa. El sentimiento… De que alguien murió. La desesperación. La paranoia. ¿Quién murió? Riesgo de muerte o muerte en sí. Llamados desesperados a integrantes de mi familia. ¿Todos están bien? ¿Están todos en casa? Afirmativo Afirmativo. La desesperación. La paranoia.
Alguien relacionado a mí murió y no sé quién es. Al día siguiente, alivio. Regusto amargo.

Veintinueve del tres del cero siete.

Alguien en la puerta de Drago. Una chica con una pollera llamativa, llamativa ella y llamativa la pollera. Una pollera negra y larga, y cuando la vi pasar, de atrás la pollera era corta.
Mientras entro, la miro… ella dice hola pero yo no le respondo, no recordaba quién era.

Lo miré por su peinado, aunque no suele gustarme el pelo. Eso lo hacía especial: tenía que saber más de él, tenía que provocarlo. Mi pollera fue el arma elegida el día anterior cuando vi su pelo por vez primera y su intrigante violeta.

Entro al aula de la clase de Sociedad y Estado. Allí estaba, llamativa como siempre. Busco evitar mirarla. Colectivo de vuelta, da la casualidad que viaja conmigo.

Esperé un colectivo de más, porque sabía que él iba a caminar más despacio que yo, y especulé con la probabilidad de que se tome el mismo colectivo que yo, justo como el día anterior.

No pude evitar darle charla, necesitaba compañeros y era tan hermosa y misteriosa y llamativa que… tuve que tomar coraje y hablarle. Algunas semanas bastaron para que Dafne y yo nos hiciéramos buenos compañeros y compinches y amigos y buenos amigos.

Tiempo indeterminado. Todos los tiempos juntos.

Sos un hermoso regalo, Dafne. Sos un hermoso regalo, Lautaro. No podría con esto sin vos, en serio te lo digo… Y a duras penas me arrastro por los rincones, aún teniéndote… Sabés que lo sé porque a mí me pasa lo mismo. Después de ésto no hay vuelta atrás Lau, cambiamos en el proceso, nos une una tripa energética…Qué maravilla.

Un momento. Una revelación.

¿Daf, qué te pasó el cinco del tres del cero siete?
Me separé del señor de los ojos melancólico, hubiésemos tenido nuestro aniversario.



















Daf, ese día te sentí morir.

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