martes, enero 05, 2010

Estatua griega viviente

El levitar me rodea cuando no reconozco el peso de mis semejantes, cuando miro a través de lentes oscuros. Flotan ante mí las ideas ancestrales, caen ante mí las astillas de los cristales embalsamados con los símbolos ya reducidos de lo que alguien alguna vez creyó. Caen ahora, desmenuzándose entre humanos-sims, el reconocimiento y la empatía.
Me abrazo al peso de la gravedad en el espacio, me determino a reconocerme. Abrazo con mis piernas ardientes el agua hasta transformarla en las infinitas partículas de lo nuevo e innombrado dejándola penetrarme por cada uno de mis poros hasta volvernos una. El viento silba sabiduría ante los oídos atentos y humedecidos; trae consigo a las mareas y a los espirales sedimentados hasta su actual forma de circunvoluciones. La masa informe de polvo pegado adquiere firmeza con el rebotar de la luz. Soy herida en la lucha por el oxígeno: su risa me vulnera hasta lo humano, pero entonces yo implosiono hasta dejarlo sin todo lo otro que es aire; el fuego, parte de mis abrazadoras piernas, parte de un todo indescifrable ante tus ojos, ahora mi fuego, es quien va a estar encendiendo pedazos de mí.
Pero hay manos. Y esas manos irradian calor. Y esas manos reducen el espesor de su distancia hacia mí ¿Qué quieren esas manos? Y esas manos me transforman en un deseo floral que no recuerdo haber pedido. No sólo acarician mis pétalos, también me deshojan, también me riegan; pasan impunes sobre y através de mí, inescrutables, libres. Yo las dejo amasarme y jugar conmigo, yo tansformo a esas manos en manos de niño, de emocionado, de amante, de inmoral, de experimentador: Convierto mis emociones de su existencia, en parte de la misma.