viernes, diciembre 30, 2011

Soñar III

Se sentó al lado de la señora de los cachetes colorados a través de la piel blanca con exceso de grasa y calor pero no demasiado cerca, distancia. Quedaban unos dos espacios-persona entre ella y la señora acalorada y rubia. El subte estaba en su cronograma de hora no pico y dos mujeres que venían hablando, zambulleron a una tercera que venía caminando más lento en una charla sobre la combinación de tipos de gluteo con tipos de pierna. La que venía caminando más lento decidió sentarse a su lado, entre la sudorosa y ella, más de su lado pero más bien al centro, ni en un asiento, ni en el otro (aunque eso lo sabía ella, los asientos no tenían delimitación alguna). Ella que estaba lo más lejos que podía de la señora sudorosa y de cualquier contacto en general y ahora un poco más cerca de la otra, la que se sentó al medio, se acomodó la mochila y sacó las manos del banco de tablitas de madera, pues estaba haciendo juegos privados y no quería ser vista (como lo de las burbujitas de la gaseosa unos días atrás) -Espacio privado-, pensó. Pero no tuvo tiempo de completar el pensamiento... la acción sucedía justo a su lado. Una joven de sandalias y una tobillera, de esas que venden con todos los santos o algo así, se dispuso a sentarse en el banco. La chica del globo de conversación atinó a acercarse a la señora de la piel roja y sudorosa y así fue como Lorena se sentó a su lado. Seguramente no podría recordarla, pues ella nunca levantó la cabeza del suelo, claro, estaba absorta en el nudito que estaba haciendo con las dos tiras de la mochila que llevaba pero que en el anterior acto había acomodado entre sus piernas. La reconstrucción del eco proveniente de la curva que terminaba en oscuridad implicaba el advenimiento del subte. Cada una de las cuatro mujeres sentadas comenzó a disponer de sus artilugios citadinos y fue ahí cuando el otro, ese, el otro, el subte de enfrente, barritó. Sí, barritó, y desconcertó a la manada, todos los miembros de la especie miraron desorientados: se preguntaban si era posible que el subte estuviese hablando el lenguaje de los elefantes. El subte solo barritó una vez. Los mamíferos estaban alerta. Luego, fueron los mutantes quienes confirmaron el caos simbólico, quienes alteraron a los pacíficos mamíferos. El eco, que fue idea de subte y que se transformaba en gritos desgarrados del detenerse de la historia, hizo que todos menos ella olvidaran lo acontecido.

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