martes, octubre 27, 2009

El crimen

Vuelvo a la oscuridad. Vuelvo a esconder la mirada cuando me toco la cabeza. Esta cabeza no es la mía. Estas lágrimas no me tocaban. Vuelve la antigua caligrafía de la mano de la antigua tristeza. El pasado me ata los rulos. El pasado tiene cara de rubia flaca y amargada. Tiene dientes de azufre y furia transmite. Me mira; ni siquiera se gasta en mostrar su siniestra sonrisa; no tiene pudor; parada y bien erguida toma el artefacto con que decide hundirme en mis viejas tinieblas. La toma y sin piedad corta.
¡Pará! -¿Por qué no sale la voz?-
Camino como prostituta recién mal-cogida, camino sin mis rulos. Lloro. Lloro inconteniblemente. La gente solía decirme, alagarme por mis rulos; la gente me hablaba amablemente, a mí.. A la probable esquizofrénica. A mí. Me hablaban: eran una puerta.
¡Corta!
¡Pará! -¿Por qué no sale la voz?-
Camino sola malgastando tiempo. Allá va todo lo que viví. Pienso en tu mirada cuando veas lo que me pasó -lo que dejé que me pasara-. Pienso. Perdí.
Vuelvo a mis tinieblas, a la prisión del pelo atado -mal atado-, ahora ni eso puedo.
Quizás deba atentar... quizás sólo esconderme. No tengo contra qué enfurecer.
Toco con mi mano mi cabeza: desespero. Lloro más -puta, ya me había calmado-.
Siento furia. Me invade la furia y un ya bien conocido ardor en los ojos. Pierdo la sensación de belleza. Pierdo la comodidad y con ella la confianza en poder sanar. Otra vez esconderme. Otra vez atarme, otra vez intentar perdonarme por no gritar.
Ya no quiero verme en el espejo, yo ya había recuperado el espejo.
Ya no puedo mirarme. Perdí la fuerza de los titanes en manos que no existen.
Bajo la mirada, huyo al mundo de los sueños. Huyo al lugar de donde huyo.
Quieta.

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