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lunes, mayo 20, 2013
La gravedad del niño
Me regalás la imagen del momento en el que el mundo de las escaleras de Escher se dispersa por el universo y la gravedad está tan mareada que se encerró en el mundo. Me la regalás (pero fue la pasión lo que lo encendió) sin saber que lo hacés, porque solo describiste una estructura, la gramática, pero solo y con pasión, y yo te respondo con la imagen, pero destrozada, y el niño ... el niño se escondió en el mundo (y por la vida). Te veo, te veo volcando tu café en tu taza de medidas perfectas y te veo ignorando a la gravedad, que es el problema del niño, porque el universo está separado y la gravedad del niño reside en tu taza de café. En esa perfecta taza de café para tu cantidad exacta de mundo. Y el humo de ese café que no sabe que está bailando al ritmo de la gravedad del niño y que se parece tanto al humo del pan árabe recién tostado, ese irresoluto de un todo casi inmaterial pero profundo y sentido, ese atrevido te recuerda tu pasión. Tu pasión por esa estructura tan poco entendible pero tan sentible; tan poco sana pero tan deliciosa; tan obvia que pasa desapercibida, como la gravedad del niño. Esa que se abraza a la Tierra para permitir la vida.
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