Limitada la respiración
repleto el estómago
de muerte, de vida
descalabro bufidos bifaces
desde la soledad de mi mesa
por la hiena caída.
Vedada la mirada.
Vedada la cercanía, sí
pero preparada la trampa
la catacumba eterna
o el salvaje porvenir;
el círculo de todo el pasado
o la voz fantasma
repicando en todas mis existencias
¡Silencio!
rujo sin saber qué hago
me enojo y me deshidrato
para limitarme a la sequedad de lo ambiguo
de lo desconsiderado
de lo que no pudo,
en agradecimiento por el incesante susurro
por el estruendoso susurro
por la tripa muerta
por el placer de la carne.
y digo lo que me falta
porque canto falta,
roja para el inocente.
Inocencia para el rojo de mi boca
por la carne de la hiena:
fulgor de leopardo amansado
mas aún carnívoro.
Para el rojo leopardo
para el sediento silencio
para la descarnada tripa;
para la garganta enardecida
por el desprecio mutilante
de la vida fagocitada.
El leopardo devoró la carne
y el sueño devora al leopardo.
La sed despierta al sueño
y la lluvia no la calma.
Sal de ahí, de ese lugar
Sal de la herida
de lo que sea
de lo que falte:
que venga, que sale;
que coloree y que demuestre
lluvia con sal
en mórbida herida fulgurante,
que transite su ornamento
hasta descomponerse en todos los colores
y en todos los elementos.
Para lo que sea
para lo que falte
para lo que venga
Estoy lista.