domingo, abril 11, 2010

Mi forma

Nadie puede conocer a nadie. Alguien pone un oído en el alma de Otro. Silencio, escuchemos. Lo primero que resalta al oído, eso que quiere parecerse a una trompeta de jazz, es que hay iniciativa para el juego. Todo tiene un toque de baile, un toque de movimiento innecesario, voluntario y placentero. Empieza a sonar un contrabajo casi indistinguible al fondo del gran ruido. Entre los instrumentos de percusión logré distinguir un repiqueteo entre libroso y lanudo, con algo de arte manual. También suenan varias disquisiciones intelectuales enlatadas en la voz de los platillos, eternos intercambios variables en velocidad e intensidad, expresiones de la monotonía del fondo que sólo puede saludar al oído -que ya fue descubierto, claro- a través de ellos. Por suerte tiene ombligo y eso es sello de calidad, aún es humana. Más colores, menos palabras.

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