miércoles, febrero 10, 2010

A tomar el té

Puedo verlas. Esto se pone interesante: si puedo verlas es porque ya no son parte de mí. Cuando me extirpo puedo ver a mis pedazos saludándome, entrometiéndose en las personalidades de quienes me rodean, se expresan a través de los comportamientos de otros, cobran forma dentro de la forma de un otro y toman un color distinguible sólo por mí, su creadora y descubridora. Y ahora tengo dos personajes neuvos. Siento regocijo en sentirlas ajenas pero me persigue una necesidad docente feroz para continuar la onda expansiva. Tengo un teclado lleno de botones sin etiquetar y un panorama creado a tiempo y voluntad y magia y deseo, moldeado sin escrúpulos, moldeada yo... sin escrúpulos: me gusta este tablero. Yo traigo mi caballeriza, mi indiscutible y tupida mata de caballos achaparrados y radiantes cuando comen Sol mirando un helado de tarrón de azúcar. Soy una guerrera pacífica; soy una porcelana fría hecha sólo con las manos. Soy todo el espíritu que le falta a una estatuilla. Me doy el gusto de frenar el tiempo, corto su secuencia y me siento en una mesa ratona con mis dos extirpaciones más extremas, con los fragmentos que más me impresionó sacarme de profundo porque oscuro. Una es lo que no pude ser, la otra, la que elegí no ser.

martes, febrero 09, 2010

Libertad

Por fin mi ruido reina ante mi ruido, se escucha en el ruido al ruido mismo y se deja llevar por los caminos que sólo el ruido puede mandar al ruido a hacer. No quisiera que nada perturbe este caos de imposible serenidad definida en esa posición que adoptaste esquivando la luz que yo tanto necesito porque sin luz mi ruido no se reproduce, no se sella con fuego a mi existencia, no se desprende de mí la inocencia con que dormís.

Pero hoy te toca dormir a vos. Hoy yo tengo gusto a ensalada en la boca y algo de grasitud en la piel porque en vez de bañarme me higienicé lo mínimo indispensable para poder venir y dejar que lo que soñás se apodere de mi capacidad de expresión.

Te veo caminando solo, pero regalame un espacio, regalame la imagen de ese árbol que dibujé y no te gustó metiéndose en tu dulce sueño, en tu mirada contemplativa y abierta, dejá que el intercambio se produzca en tu andar saludable y fornido, en esas sombras negras que caminan detrás tuyo ¿Sabrás, con esa mirada apacible, que esas sombras están ahí? No importa, ellas juegan a asustarme a mí que te robo un poco de tus sueños para convertirse en mi quehacer cuando vos dormís, en mi intromisión en tu dulce e inocente sueño y eso, por eso, es que sos libre de ellas.

Gracias por esos adoquines del sueño, ahora sé que caminás por una calle peatonal adoquinada, que tus zapatillas son suficientemente cómodas para caminar por él pero que uno de cada 54 pasos que das hace flaquear uno de tus tobillos ante la fuerza de lo estático que no ha sido preparado para vos.

Volvé a hacer ese sonido de arrullo remolón, volvé a respirar profundo hasta sacarme todo el aire, volvé a absorver mi capacidad de dormir y sumila en el más preciado de los sueños donde yo no sea sino lo que no sabés que está ahí. Tal vez podrías acomodarte en una posición más cómoda, me está doliendo la espalda.

Mi yo-sombra te abraza y te enfría un poquito la espalda pero mi yo hecho de dedos te tapa para velar por tu sueño sin el cual yo no existiría. Arráncote la piel que no usás y me la llevo y me convierto en sombra que se ve como persona y vos me preguntás si tengo frío y me tapás como si estuviese a tu lado y yo desde acá te observo gentil, te desmenuzo el sueño trayéndolo a este otro plano donde vos apenas descansás, me pregunto qué sentirá tu sueño al ser invadido por su propia creación desprendida de sí.

Mi ombligo se transforma en manzana pero más oscura, será por mi escencia de sombra. Será porque buscás algo rojo, será porque ya no soy parte de tu sueño y esa sombra que te perseguía ya no puede estar ahí porque está acá y yo quisiera ver qué pasó con el árbol que no te gusta porque lo dejé ahí para vos pero ya no soy parte de tu sueño cuando me convertí en la sonbra que reía por detrás tuyo sin que lo percibieras, antes de que lo percibieras, ahí, antes de convertirme en lo que soy ahora: sólo un montón de letras que me reviven cuando me acariciás con tu mirada.

domingo, febrero 07, 2010

Fuerzas

Traés con vos la vida que viví sin saberlo; la tormenta terminó.
Te imagino caminando con la temperatura en la piel de la lluvia reducida a humedad en tu cuerpo y tu ropa mediante el mago Sol. Yo te miro con ojos imposibles y cautivados: no sabía si la tormenta no acabaría con todo lo que no me dejó ver de mí. Bienvenida. Vos y yo atravesamos la misma tormenta, ¿tomás mate?
Nuestros torrentes corren enfáticos entre nuestros dos seres, resguardándose tras los bordes externos de la conciencia.
Espero que esta vez vayan hacia el mismo lado y que te hayas puesto una buena sonrisa en la cara para sentir el viento.

martes, febrero 02, 2010

El movimiento antes del movimiento

En verano parece ser más notoria la situación conflictiva que desprenden los autos al cargarse con personas porque claro, cuando esas personas abandonan sus cuerpos para transformarse en conductores no es su tamaño y forma lo único que se altera. No conozco un solo conductor que no putee cuando está al volante. No conozco un solo conductor que no necesite comentar lo mal que conduce cualquier-otro-ser-autífero.
A mí me gusta mirar hacia afuera y despreocuparme del conductor, no compenetrarme con esa misión que no me toca, disfrutar el paseo y distraerme pensando en cómo puede ser... está ahí, juro que lo acabo de ver, la próxima vez que pase por acá voy a tener que corroborar esta información, pero parece ser que hay un árbol saliendo de una ventana en Scalabrini Ortiz al 3300, mano derecha yendo de Córdoba hacia Santa Fe. Me resulta gracioso que cuando voy en esa dirección, tenga que "subir de altura" para ir a Santa Fe cuando simplemente es evidente que Santa Fe debería estar antes que Córdoba para estos porteños-auto-malhumorados (y para todos los otros porteños también).
¿Será nuestra forma humana lo que no nos permite matarnos entre nosotros? Cuando están en formas-auto simplemente no pueden quererse o respetarse o tratarse como si fueran de una manada de una misma especie, todos congeniando. Al conducir se transforman esos humanitos ni más ni menos que en individuos recubiertos de metal y energía ajena, encapsulados en espacio y sonido, generando sus propios ruidos estomacales con la impunidad de la inexpresión facial, con la frialdad de las reglas y las señales coloridas a las cuales se les presta más atención que a los otros seres-auto. Encapsulados y protegidos por una coraza desde la cual parece que los conductores se sienten omnipotentes, parece ser como si tuvieran el motivo perfecto para volverse agresivos, o más agresivos que cuando retoman su forma-humana.
Eso es obserbable mayormente en verano, cuando el tráfico suele ir pacífico hasta que cualquier nimiedad se interpone, como una barrera cuyas astas no son provocadas por la furia del toro mecánico portante y por lo tanto se mantienen mirando al rebaño atascándose frente a ellas, a causa de ellas. Los piojos de las ovejas más grandes, mejor conocidos como la gente en los colectivos, lentamente despierta de su trance del movimiento arrullador de saber que sin hacer nada se está avanzando; lentamente mueven sus cabezas, alguno saca la cabeza por la ventana, otro mira la hora, otro putea por lo bajo y la señora de canas no cubiertas le dice a la señora con el bebé que lo corra del Sol, porque como está la ciudad estos días, seguro se da un sofocón. Tiempos eran los de antes, estos salvajes... -refunfuña a suficiente volumen para que todo el colectivo escuche lo importante de lo que dice y lo excelente persona, centrada e inteligente y maravillosa que ella es-. Los taxistas comienzan a sudar, abren las ventanas y prenden cigarrillos, cuando no cuentan y/u ordenan su billetes o engullen algo que les dará mal aliento y probablemente alto colesterol a sus ya flácidos cuerpos y sus ya encorvadas o prontas a encontrvase espaldas y sus ya hartos de nicotina dedos que también se hartan de pasar por el dial a través del cual buscan calma y encuentran todos los otros embotellamientos de la ciudad contados por un ser que se encuentra bajo aire acondicionado comiendo la comida promocional del día y a quien no se le está friendo la capa-chapa exterior por el Sol sofocante. Los ciclistas y motociclistas aprovechan el caos y se escabullen entre los pequeños espacios -cada vez más pequeños, porque es regla del automovilista avanzar aunque no se pueda, aunque sea uno 10 cm. de donde estaba antes-. Los peatones observan y ruegan porque se terminen los molestísimos bocinazos que ya empiezan a surgir y que perturbaron sus charlas consigo mismos o que hicieron llorar al niño y entrar en pánico a la vieja o esos tres que escuchan los comentarios que se hacen un taxista con un peatón. El Sol decide ponerse justo sobre nuestras cabezas. Unos minutos detenidos parecen ser más largos que kilómetros a velocidad constante.
Lo que permite olvidar el tiempo es el movimiento.
Siempre que voy en micro hacia algún lugar a mediana o larga distancia, por defecto, duermo todo el viaje, pero necesariamente me despierto cuando el micro frena ya sea por un peaje , un semáforo o baja la velocidad en un pueblo. La quietud captura por completo mi atención y todo parece ser más incómodo que segundos atrás: El aire no parece enfriar suficiente, la posición parece que va a dar tortícolis, el vecino parece invasivo y molesto porque, al igual que yo, se mueve desconcertado, la botella de agua se me cayó al piso por la interrupción y se me cayó también la toalla que había encontrado su posición radiante y complaciente luego de muchas pruebas. La quiertud no me deja pensar en otra cosa que en ella misma, como si estuviera mal y yo tuviese como misión evitarla a toda costa; como si me imperara resolverlo antes de continuar con mi tiempo, con mi dispoción del tiempo, mi velocidad del tiempo, como si avanzar me recordara tranquilizadoramente que el tiempo pasa, o me permitiera olvidar su paso por completo. Antes de disponer de mi liberación de pensamiento y disponerla librada a mi no-voluntad, tengo que moverme. Parece que el tráfico avanza.