La izquierda…
No, no, ¡la otra izquierda!
La atención y el tiempo: tipos jodidos cuando la
acción apremia. Y encima ese asunto del complot conspirativo de los diestros para
no tener en cuenta la zurdes de aquellos que no fuimos reprimidos por los
sistemas formales de adiestramiento es
de una crueldad inaceptable. No fueron incluidas las instrucciones para zurdos
y desorientados entre los Derechos Universales del Hombre. Y ni hablar del asunto
de que los derechos son del hombre, ¿y
los de la mujer? ¿Por qué tenemos que tener derechos por separado? ¿Acaso no
podemos ser gentilesmujeres, o inteligentes y asertivas a la hora de arreglar
los objetos que se desentonan? El lenguaje trae consigo las fallas del
desarrollo de la Historia. ¡Atención, me corre el tiempo! ¡Tiempo, tengo que
prestar atención! ¡Diestros, denme una mano… ¡no…! la otra mano!
A las 19.15 de un día, por suerte, no muy frío de
invierno me encontré con la encrucijada del desastre enmarañado de mi pelo. Lo tuve
así desde la mañana, pero ahora reparo en él.
La atención se aburre pensando que esto se va a
tratar de nenas y sus pelos. Quizás el tiempo nos sorprenda…
A las 20.00 tengo que salir, sin mucho margen de
error.
Son las 19.18 cuando me saco mis
fundamentales-para-ver anteojos y me dispongo a lavarme la cabeza para poder
peinarme. Desparramo mi maraña en la bacha y abro con un buen giro la canilla
del agua caliente —sé que es la caliente porque se abre con la mano con la que
escribo—; lo hice tan automáticamente que no sé ni para qué lado se abre: automatism beats attention. Estoy al
tanto de que en algún momento va a ser demasiado caliente, pero para eso falta…
mucho más de lo que yo estimo: Una vez entibiado el invierno tuve que bajar la
calefacción y, al hacerlo, no reparé en que se había apagado toda la caldera, y
no solo la estufa.
Mi caldera comanda estufa y agua caliente, desde un
aparato sito en mi cocina. Esta dispone de una canillita ubicada
inconvenientemente abajo al fondo por detrás de los cañitos, espacio accesible
pero incómodo, y está amurada a unos veinticinco centímetros de altura, contando
desde la mesada de granito. Al evaluar la situación —la caldera—, observo que
el problema es que el nivel de agua del tanquecito de la caldera es marcado por
el medidor como insuficiente. Esa
canillita abre y cierra el paso de agua para complacer al medidor y para que
este me diga que ya puedo prender la caldera otra vez. Intelligence beats machines, at least by now.
Mi yo del presente no le agradece a mi yo del pasado
no haberse tomado el trabajo de encontrar un lugar donde poner el microondas,
que no sea debajo de la caldera, sobre la mesada de granito.
Ahora la atención quizás interprete que esto se
trata de mapas y cuestiones lógicas absolutamente irritantes y complejas de
imaginar, como es el tratar de recrear un espacio mediante palabras y no
mediante imágenes… Ahora, el tiempo de la continuación de la lectura demostrará
que todo esto se trata de aprender a reírse de uno mismo.
Entonces el reloj marca las 19.25. Enteros seis
minutos de disquisiciones han transcurrido hasta que tomo cartas en el asunto y
procedo a mover el microondas, para poder girar la canillita, ingresar agua a
la caldera, contentar al medidor, cerrar la canillita, redesordenar el
microondas y listo el pollo: unos minutos y me voy a poder lavar la cabeza y
salir a tiempo. Una papa. I’m so clever.
Comienzo por el pesado microondas: lo agarro con las
dos manos y lo muevo noventa grados hacia la… izquierda… Sí, izquierda,
oficialmente; sellado y rubricado.
Cocina 1, yo 0. Creí que podría sortear el
desequilibrio que implicaría el cambio de ángulo de las cosas que reposaban…
Sí, digo bien: reposaban, porque
ahora están en el piso el frasco de yerba, el papel absorbente, un cuadernito y
dos lapiceras; pero el microondas llegó a destino.
Son las 19.31 y si alguien me viera desde arriba podría
observarme retorcida, en una de las posiciones más incómodas, ahí, entre la
mesada y el espacio que liberó el microondas: esos pocos veinticinco
centímetros entre la mesada y la caldera. La turba iracunda de objetos
descuidados en el piso me observa y comenta por lo bajo.
Arriba, abajo… Todo depende de dónde uno esté,
ubicaciones espaciales relativas al observador y la requete-pan-con-queso que
ando con el tiempo justo y a quién en el mundo podría importarle este asunto
cuando uno simplemente quiere terminar de lavarse la cabeza para poder salir o
qué bien hubiera estado no tratar de lavarme la cabeza antes de salir.
La canillita es tímida e introvertida, pero yo logro
alcanzarla con la mano y empiezo a girar. Es una canillita vueltera esta
canillita. Giro y giro con ella, y me doy cuenta de que no puse la caldera en
off y… ¡Oh, no! ¡El instructivo decía que nunca girara la canillita sin poner
la caldera en off! Entonces saco la mano, reordeno las vértebras y giro la
perilla hasta alcanzar el off, que está en el frente de la caldera… Pero el
paso de agua quedó abierto y el tanquecito de agua se estuvo cargando vértebra
a vértebra mientras fallaba en mis habilidades de handywoman.
La caldera me lo informa perdiendo agua a chorros
por el costado.
“¡¿Qué hago?, ¿qué hago?, ¿qué hago?!”, me escuché
diciendo.
Son las 19.39 y confieso que hablo sola.
—¡Ya sé! —seguro el lector tuvo la misma idea— Voy a
cerrar la llave de paso de la casa. Acto seguido giro las dos manijas que tengo
a disposición: ambas de gas. Dada la aguacera, desenchufo la caldera: uno menos
con quien lidiar.
Inmediatamente retomo mi posición de parabólica
humana y tomo con la mano la canilla. —¿Para qué lado?, ¿para qué lado, para
qué lado?, me detecto diciendo.
Distracción y zurdes; el agua cayendo y yo retorcida,
desconcertada y el tiempo tirano y el garrón de pensar el lado: todo un combo
para detonar la risa.
Son las 19.43 y confieso que me cuesta el asunto de derecha e izquierda, abrir y cerrar pero, por sobre todo, tire y empuje.
Entonces giro con decisión y voy a fondo dando unas
quince vueltas a la canillita y no solo eso, también tengo la inteligentísima
idea de mirar en dirección al pobre papel absorbente en rollo casi nuevo: la
tragedia de su inundación me distrae —más— por unos momentos de la acción.
Son las 19.45 y mi ropa está empapada. Estoy girando
la canilla para el otro lado el que, espero, sea el correcto. Ya ni siquiera
puedo identificar si voy con el reloj o en contra de él.
Son las 19.47 y el flujo de agua se detuvo: Victoria.
Todavía el papel absorbente no flota: hay esperanzas.
Son las 19.59 y estoy saliendo de mi casa empapada,
habiendo dejado dos toallones a disposición de los restos de agua que sigue
fluyendo a cuentagotas, los cuales voy a tener que lavar mañana. Mi pelo es un
desastre peor que el anterior… Eso me pasa por hacerme la coqueta.
Son las 20.00 y estoy saliendo de mi casa;
puntualísima, como siempre.
Tirar o empujar. Izquierda o derecha. La caliente o
la fría. Preguntas sin respuestas para este pelo desordenado, para esta mente
distraída, para esta ubicación relativa, para esta humanidad desorientada. Cortemos
con la exclusión: Yo lo hago, pero consíganme una tijera para zurdos.
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