Claro, no era con palabras. Jamás iba a encontrar entre estas ciclotímicas la forma de comunicación con cierta especie de seres. Seres del orden de la acción, del guiño que no se sabe si es guiño o si te traiciona o si simplemente no hay pie con bola del otro lado del comunicador y más que guiño, engaño(auto). Está ese mundo de cosas que hacer y de atención lejos del humano. Tan delicioso mundo tan inmensamente olvidado por mí. A veces. Y tan riesgoso, por la falta de feedback en palabras, porque me siento sola, con mi intuición y las cosas no-claras pero evidentes o algo como que creo que entiendo y me comunico, pero lo que hacemos es hacer cosas y transmitir cosas e interpretar cosas u omitir cosas... Llevar y traer cosas, pero no cosas de cosas; cosas, existencia, proyectitos, secuencias, glimpses de realidad: pequeños volcanes en plena actividad, actividad de fuegos naturales y de lagos incandescentes que suceden a la vez y se ordenan como algo que suena suficientemente armonioso como para borrar al tiempo y dibujar colores en las sonrisas de la gente. Es tiempo de no pretender que todos aprendan mi lenguaje.
Ahora, por fin, veo una nueva forma de acción: la acción. Desde este nuevo lugar, las teclas reverberan por toda la habitación y es casi como si me hablara y me respondiera, en lenguaje de tipeado. Tipeado de sin ojos pero con ecos, porque lo que para mí es lenguaje, es una uña en el pizarrón o una escarapela el día de los anarquistas, una cuerda desafinada, un desafío inagotable, la transmutación comenzando, un paisaje donde se quieren tener aventuras frodeanas (Frodo), el espejo revelador, la conexión que parecía inalcanzable. O todas. O ninguna.
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