Le pido a un canario que cante mis silencios y le pido a las nubes que griten mis secretos.
No quiero ver la forma de todas las cosas, porque me abraza la maravilla descomponiendo lo que veo.
Lluevo sobre mis colinas esperando por las abrasadoras manos de sol. Pero es con las nubes con quien hablo yo. Mi reino se debate entre las banderas animadas del ensueño resquebrajado de tan rígido, y las salientes estalactitas de la levedad que me da una excusa para hacer todo lo demás. Saciada mi sed de novela escucho el descorchar desde mis más empolvados baúles. Danzo con el polvo y me revuelco en el fango. Con incertidumbre despedazo una historia. Con silencios convulsiono a los más secretos elixires. Con elixires me sumerjo en la incertidumbre. Palabras comunes que encierran palíndromos de otra dimensión en ellas. Dos reinas se dirigen la mirada y yo no sé quién manda aquí. Le exijo a mi espejo que me revele lo que no quiero ver, para poder mostrarlo sin comprenderlo. Pero la maravilla solo me deja ver mis revoltosas ilusiones de espejo, que no es más que pared, que no es más historia contada, expresión y lluvia y ese gris que no deja de ser el sol. Y no importaba si el espejo estaba ahí porque simplemente yo no lo veía. Pero veía tanto otro y tanto maravilla que confundí mis quejidos con cantos armoniosos y batallas heroicas. Doblegué a mi enemigo con la tristeza de mi ejército. Y el verde del campo donde sucedió la batalla quedó eternamente teñido por las preguntas que no me hice. Preguntas que solo le describo a mi espejo que no sé si está o es pared o es solo eso que mi maravilla me deje ver. Agoto los símbolos: me beso; estallo conmigo, por mí, contra mí.
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