Si yo pudiera elegir el color del cielo sería definitivamente más verde, con más para emocionar y menos para decir. Sin teologías ni falsas expectativas, sólo la expansión inmaterial del poder de los deseos que no nos animamos a contarnos a nosotros mismos, las formas complejas de las palabras sacudidas dentro de una gran piñata rodeada de niños hambrientos de instinto; un lienzo para la imaginación, libre de recuerdos o promesas.
Si yo pudiera elegir al cielo, lo dejaría peinarme la cara estirando mi expresión hasta obtener su inescrutabilidad por tanto mirarlo. Lo imaginaría accesible, pero no siempre, capaz de convertirse en la totalidad de mi pensamiento y convertirme a mí en infinita, capaz de dejarme sola hasta que vuelva a ser lo que soy siendo. Lo invitaría a recorrerme y convertirme en su inmensidad, a cambio de su nuevo color.
El cielo sería intermitente desde su creación, apagándose cada vez que se reconoce a sí mismo como nombrado, mediante un saludo al Sol.
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