Es tarde es tarde es tarde (y yo con el vestido rojo) y quisiera llamar menos la atención pero no hay tiempo es tarde es tarde es tarde, y todo está suelto tengo que atar los puchos a la mochila y el encendedor a los puchos y las llaves al encendedor y las monedas intrmitentes a la máquina del bondi pero es tarde y no tengo tiempo así que a puro bollo y ponchazo todo adentro y me olvido el mp3, maldición -pienso después en el trabajo cuando me doy cuenta de que no lo tengo y el infeliz de mi jefe baja la radio-.
Llego a la parada del bondi y ahí están ellas: la señora de rulos rojizos con la nena y la señora oscura, pero yo, esta vez, llego más tarde, aunque evidentemente el 110 no se me fue. Lo sorpresivo del asunto es que ambas señoras -la de rulos con la nena, claro-,-También te puedo dar con las llaves- estaban situadas en donde siempre se sitúan cuando yo llego a la parada antes, es decir, casi todos los martes y miércoles, -Te dije que vas a venir a lo de mi abuela y vas a comer- dejaron mi espacio como si mi omnipresencia les hubiera dejado un campo magnético inaccesible en mi lugar.
Sin embargo yo me sitúo detrás de ellas, como respetando la fila y la señora oscura con cara desagradable se sitúa en "mi" lugar. Se para bien erguida.
Y todo hubiera sido una hermosa alteración de los factores y yo ahora tenía en mi mira a la señora oscura pero esas voces no paran de sonar hasta que súbitamente captan mi atención, miro hacia la ochava: una mirada arrinconada, un flequillo espantoso, una niña con los hombros encorvados, su mirada me encuentra, pero no me dice nada. Las dos nenas que la rodean, una sólo ríe maliciosamente, la otra, alta, gorda, probable misma edad, un año más a lo sumo, rubia, grotesca, revoleando un manojo de llaves atado a un cordón viejo. -Yo mejor me voy a mi casa. -Mirá que te puedo dar con las llaves eh-. La grotesca y la maldita no advierten que yo vi y yo advierto que nadie hace nada.
No sé si mirar, no sé qué hacer, me encuentro perturbada, la maldita se encima sobre esos ojos de una persona de la que sólo su materialidad está ahí, no va a permitirse un trauma, es claro, no está asustada, se le encima por la espalda y la otra la amenaza con las llaves al grito de -Vas a venir a lo de mi abuela: mi colectivo se aproxima, miro desesperadamente a las dos mujeres, la de rulos rojizos había alzado a la nena en brazos-.
No hice nada por esos ojos.
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