Estos días el aire está lleno de acero y de las nubes cae plomo. El petróleo se mezcla con leche y mi amor se confunde con la densidad del aire.
Hablemos de vos, soledad.
Hablemos de vos, ausencia.
Me rasco el ombligo.
Meto un dedo en el ombligo, entra entero.
Meto la mano en el ombligo y misteriosamente puedo introducir el brazo entero. Palpo mis riñones, palpo mi sufrido estómago que escucha cómo se me rompen las muelas por la tensión. Alcanzo aún más y masturbo la tráquea pero lejos estoy de conseguir su excitación placentera. Aflojo un poco y acaricio con el antededo el corazón, se achica para que no pueda tocarlo, la mano cae muerta como si hubiera tocado veneno. Mis ovarios arden, lo siento a través del intestino.
El silencio más profundo, el de un instrumento musical regalado a un manco, el de una lágrima que se esconde en un falsete de la voz porque ya no hay lagrimal disponible, el de las obligaciones anteponiéndose al ruido propio, el de tu sonrisa sin tu mirada.
No sé en qué momento mi radiación rechazó tanto todo lo que me rodea.
Fui en busca de un contacto, un hola, tal vez y sólo tal vez un cómo estás. Nunca llegó. Nada de cómo estás, nada de demostrar interés, nada.
Arrastro mis piedras, le doy la mano a mis fantasmas y a todos les digo chau, tantas veces les digo chau, pero eso no hace tus dos minutos.
No sé generarlos, no sé inventármelos, no recuerdo qué palabra se debe decir, no sé si alguna vez lo supe, es tan simple lo que quiero. Tan básico, tan lineal.
Ta básico. Tal lineal. Tan simple que estremece. Tan niño que se vuelve debilidad. Me expone tanto como la luna a los nocturnos, me vulnera tanto como decir que te quiero y mirar tu mirada. Tan poco lúdico que se vuelve anárquico, me vuelve tan frágil como dos vasos de cristal apilados, tan poco interesado que me vuelve una pésima negociadora. Yo no estoy negociando.
Mi vida no está en venta. No elijo dejar mi vida, elijo compartirla, no elijo ser la esclava del paraíso, elijo nuestro infierno encantador, pero como no estoy negociando, sólo lo quiero, si vos también lo querés.
Tan anacrónico es lo que quiero, que no se sitúa detrás de ninguna de tus orejas, tan poco terrenal, que ni el fuego sabe cómo calmar el frío de la ausencia. Tan poco caníbal, que se me ocurren regalos para hacerte, tan poco racional, que te los quiero hacer aunque no te vea disfrutarlos. Tan poco planeado que se vuelve real. Tan nuestro que no sé si existe.
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