Vos, vos que no estás leyendo (que probablemente no tengas idea que tengo blog), vos que podrías ser la arena contenedora del mar, vos que podrías, pero que no sos más que el aliento de una palabra que nunca fue acariciada por el aire. Vos, tus ondas sonoras de frecencia cero. Tu existencia en forma de no-tiempo, el nombre que te regalé, y lo mucho que hablo con vos por las noches. Tu respiración vacía y atérmica, tu llano emocional, tu juego de ausencias; tu encantadora y tímida sonrisa cuando te hablo de amor. Tu juego.
Bienvenido a los personajes de quien te escribe.
Te escuché, no te creas que no te escuché.
Pero ese es mi juego.
¿Qué creés de mi?
¿Cuántos comentarios acertivos podrías dar acerca de lo que creés que soy?
Te regalo mi incógnita. Te regalo tu ausencia y nuestras charlas por la noche, esas tan hermosas, esas que jamás sucedieron. Te regalo atención y te regalo una voz, un pensamiento, una planta, una caricia. Te regalo la posibilidad de despertarme un día con un mate y yo jugar a la-que-le-cuesta-despertarse y decirte alguna sinceridad. Te regalo la sinceridad que te dije anoche, esa que tal vez jamás escuches, pero siempre sientas. Esa que te hizo cosquillas justo en el hueco poplíteo. Te regalo ser mi entretenimiento. Te regalo un rulo, para que hagas lo que quieras con él. No tengo más que regalos para vos, fiel amante.
Me pongo los borcegos por si te cruzo en la calle. Porque te escuché. Me saco la Marilyn y dejo vivir la vampira en mí. Me disfrazo en sueños y te sonrío desde el colectivo. Te recuerdo en las palabras del autor de turno y te busco entre las canciones que cuenta la radio que tal vez escuchás, miro una película, y sé que estás ahí. ¿Ves que te escucho? Yo siempre te escucho.
Ahí. Ahí es donde nos vemos. Ahí existe. Nos miramos a los ojos firme y profundamente para decirnos la mayor de las intrascendencias.
Nos desafiamos con la postura del cuerpo y nos regalamos el interés.
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